El especialista Enrique Jardel advierte que los incendios forestales en México aumentan por el cambio climático y el uso del suelo, y urge una gestión integral del territorio.

Enrique Jardel, destacado biólogo y especialista en manejo del fuego, ha dedicado más de cuatro décadas a estudiar la dinámica de los incendios forestales, especialmente desde la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán, en Jalisco. Para él, el fuego no es enemigo, sino parte esencial del ciclo natural de muchos ecosistemas. Sin embargo, advierte que México, al igual que otros países del continente, enfrenta incendios de una intensidad, velocidad y comportamiento sin precedentes, alimentados por una peligrosa combinación de cambio climático y transformación del paisaje para usos agrícolas y ganaderos.
Jardel subraya que la superficie incendiada en el país ha aumentado drásticamente: de un promedio de 350 mil hectáreas hace 25 años, a cifras que en 2024 alcanzaron hasta 1.36 millones de hectáreas. Esta escalada no puede atribuirse únicamente al clima. También es resultado del avance de cultivos comerciales y la expansión urbana desordenada hacia áreas forestales altamente inflamables. La clave, explica el experto, está en cómo se maneja el territorio y en fortalecer la capacidad comunitaria para prevenir, controlar y adaptarse al fuego.
Aunque México ha desarrollado una fuerza especializada y reconocida a nivel internacional para el combate de incendios, Jardel insiste en que no basta con presupuesto y tecnología. Hace falta una organización efectiva y una cooperación interinstitucional que incluya desde las dependencias federales hasta los gobiernos municipales, pasando por las comunidades locales. En territorios bien organizados, como aquellos con empresas forestales comunitarias, los incendios son menos frecuentes y mejor controlados.
El investigador alerta también sobre la creciente presencia de lo que se conoce como la interfaz urbano-forestal: zonas donde el crecimiento de las ciudades invade ecosistemas inflamables como los chaparrales o sabanas. Ejemplos como los megaincendios en California demuestran cómo la falta de planeación urbana y la especulación inmobiliaria pueden derivar en tragedias, afectando tanto a las élites que buscan vistas panorámicas en la naturaleza como a las poblaciones más vulnerables que habitan zonas marginales.
Desde su estación científica Las Joyas, galardonada con el Premio Jalisco 2024, Jardel y su equipo trabajan en proyectos de restauración ecológica, silvopastoreo, manejo de cuencas y capacitación de brigadas comunitarias. Lo que más le interesa como científico es comprender los regímenes de incendios: su frecuencia, intensidad, efectos y cómo responden los ecosistemas a ellos. A partir de este conocimiento se pueden diseñar estrategias de manejo del fuego adecuadas a cada tipo de paisaje.
Explica que no todos los ecosistemas deben tratarse igual. Hay zonas sensibles al fuego, como las selvas tropicales húmedas, donde el objetivo es excluir las llamas. En cambio, hay otros, como los bosques de pinos o pastizales naturales, donde el fuego ha sido históricamente parte del equilibrio ecológico. En estos casos, suprimir el fuego puede ser contraproducente, generando acumulación de combustibles que derivan en incendios más destructivos.
El experto destaca que lo más importante no es solo tener conocimientos científicos o herramientas de manejo, sino crear las condiciones sociales e institucionales que permitan su aplicación. Cuando hay abandono del territorio o falta de organización, el riesgo se multiplica. De ahí que su llamado sea a reconocer que el fuego, bien comprendido y gestionado, puede ser un aliado, pero si se ignora o se combate mal, se convierte en una amenaza que ningún presupuesto podrá contener por sí solo.