El suministro eléctrico fue restablecido casi por completo en ambos países, pero la causa del apagón generalizado sigue sin aclararse, generando presión política y social.

La península ibérica ha comenzado a recuperar la normalidad tras un apagón masivo que paralizó gran parte de España y Portugal, afectando a millones de personas. Las calles, antes sumidas en la penumbra, volvían a llenarse de vida el martes por la mañana: semáforos operativos, trenes en circulación y terrazas repletas de clientes reflejaban el alivio de una población que, aunque agradecida por el restablecimiento del servicio, exige respuestas claras sobre las causas del colapso.
Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, informó que más del 95 por ciento del suministro ya se había restablecido antes del amanecer, mientras que en Portugal, el operador nacional REN declaró su red completamente operativa. No obstante, el misterio persiste. Ni fallos humanos, ni ciberataques, ni causas meteorológicas han sido identificadas como responsables del suceso. Según Eduardo Prieto, de Red Eléctrica, todo se originó con dos cortes breves en el suroeste español, de apenas segundo y medio de diferencia, aunque ese tiempo “es enorme en términos eléctricos”.
El gobierno español ha prometido una investigación exhaustiva con participación de instancias nacionales y de la Comisión Europea, y un juez de la Audiencia Nacional ya ha ordenado informes urgentes. Mientras tanto, en Portugal, el primer ministro Luís Montenegro anunció la conformación de un comité técnico para evaluar tanto la causa del apagón como la gestión de la crisis, en un contexto especialmente delicado por la cercanía de las elecciones.
Kristian Ruby, secretario general de Eurelectric, explicó que una interrupción en la línea de alta tensión entre Francia y España podría haber sido un factor desencadenante, pero que seguramente se trató de una combinación de fallos. Según él, este tipo de incidentes puede situarse dentro del rango de un suceso que ocurre una vez cada 50 o incluso 100 años.
El impacto fue inmediato y devastador. Trenes, ascensores, semáforos y redes de telecomunicaciones se detuvieron. Aeropuertos suspendieron vuelos, escuelas y empresas cerraron, y miles de personas quedaron atrapadas en medio de la incertidumbre. Joe Meert, turista estadounidense, relató haber pasado más de 11 horas varado en un tren con su esposa, mientras soldados y voluntarios ofrecían mantas a los viajeros durante la madrugada en la estación Atocha de Madrid.
Pese a que la luz volvió la noche del lunes y arrancó aplausos espontáneos en muchas ciudades, los efectos del apagón se seguían sintiendo el martes. Aún persistían cancelaciones y retrasos en los trenes de cercanías españoles, mientras que en Lisboa se estimaba que la normalidad en vuelos tomaría hasta tres días. Las telecomunicaciones se habían restablecido casi por completo y eventos como el Madrid Open retomaban su calendario, aunque se perdieron más de 20 partidos.
Muchos ciudadanos, aunque aliviados, siguen sin comprender cómo un fallo de esta magnitud pudo ocurrir en plena era digital. Doroteo García, de 87 años, pasó el día atrapado en su apartamento sin poder cocinar. “Me alimenté a base de latas de sardinas”, comentó resignado.
En Lisboa, la cotidianidad regresaba con parques llenos y tiendas reabiertas. En restaurantes como Rodas, el impacto fue menor. Hugo Carvalho, gerente del lugar, bromeó sobre su mayor pérdida: “Nos comimos casi todo el helado para que no se echara a perder”.
Mientras la vida vuelve poco a poco a la península, la gran incógnita sobre lo ocurrido mantiene en vilo a gobiernos, técnicos y ciudadanos. Las autoridades prometen reformas y responsabilidades, pero aún falta la pieza clave: saber con certeza qué fue lo que provocó uno de los apagones más inusuales de la historia reciente en Europa.