Unesco: 33% de los investigadores en el mundo son mujeres

La presencia femenina en los ámbitos de la ciencia y la tecnología ha crecido a lo largo de la historia. Según datos de la Unesco, las mujeres representan aproximadamente el 33% de los investigadores en el mundo, aunque solo ocupan el 12% de los puestos en academias científicas. Además, se estima que el 75% de los empleos del futuro requerirán conocimientos en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).


En México, el presupuesto asignado a ciencia y tecnología para 2025 asciende a más de 33 mil millones de pesos, con una parte de estos recursos destinada a impulsar la participación femenina en los sectores STEM. A pesar de estos esfuerzos, la desigualdad de género sigue siendo notoria: de los 3.6 millones de empleos en estos ámbitos, el 87.1% están ocupados por hombres y solo el 12.9% por mujeres. En el Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII), las mujeres representan apenas el 37% del total de especialistas.

La conmemoración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, el pasado 11 de febrero, puso en el centro del debate la necesidad de «romper el techo de cristal», expresión que hace referencia a las barreras invisibles que impiden a las mujeres acceder a posiciones de liderazgo en el ámbito científico y académico. Si bien México ha avanzado en términos de equidad de género en educación y ciencia, aún existen retos importantes, como la mejora en la tasa de alfabetización y el acceso de niñas y adolescentes a la educación superior.

Diversas instituciones en el país, como la UNAM y el IPN, trabajan para fomentar la inclusión de las mujeres en disciplinas científicas y tecnológicas. A lo largo de la historia, varias mexicanas han desafiado los estereotipos de género y han abierto camino en distintas ramas del conocimiento.

Una de ellas fue Paris Pismish Acem (1911-1999), doctora en matemáticas por la Universidad de Estambul y pionera de la astronomía moderna en México. Se desempeñó en el Observatorio Astrofísico de Tonantzintla y en el Observatorio Astronómico Nacional de Tacubaya, introduciendo nuevas técnicas en el estudio del universo.

Otra figura destacada fue Matilde Montoya Lafragua (1859-1938), la primera médica mexicana. A pesar de la oposición inicial, logró ser aceptada en la Escuela Nacional de Medicina en 1882 y obtuvo su título profesional en 1887, gracias a un decreto del entonces presidente Porfirio Díaz.

En el campo de la biología, Helia Bravo Hollis (1901-2001) se convirtió en la primera bióloga titulada en México en 1927. Fue pionera en el estudio de las cactáceas mexicanas, logrando que seis especies y una subespecie de cactus llevaran su nombre. Su trabajo en la región de Metztitlán, Hidalgo, contribuyó a la creación de una Reserva de la Biosfera en el año 2000.

Por su parte, María Agustina Batalla Zepeda (1913-2000) dejó huella en la Facultad de Ciencias de la UNAM, donde obtuvo el grado de Maestra en Ciencias en 1940 y el doctorado en Ciencias Biológicas en 1946. Su labor en la botánica fue clave para la creación del Herbario de la Facultad de Ciencias.

En la física, Alejandra Jáidar Matalobos (1938-1988) marcó un hito al ser la primera mujer graduada en esta disciplina en México. Su impacto fue tal que incluso solicitó corregir su título profesional para que se le reconociera como «física» y no «físico». Varias de sus publicaciones se encuentran en la colección «La ciencia para todos» del Fondo de Cultura Económica.

María Teresa Gutiérrez Vázquez (1927-2017) también dejó una profunda huella en la ciencia mexicana, aportando un enfoque innovador en la geografía. Fue una de las investigadoras más influyentes del Instituto de Geografía de la UNAM y dos veces directora del mismo. Su trabajo transformó los estudios demográficos al incorporar la geografía poblacional, permitiendo una comprensión más amplia de la distribución y evolución de la población.

A pesar de los avances, la participación de las mujeres en la ciencia sigue siendo un desafío global. Sin embargo, el legado de estas pioneras demuestra que el talento femenino es clave en el desarrollo del conocimiento y la innovación.

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