La escalada comercial entre Estados Unidos y China eleva tensiones globales, con aranceles históricos y represalias que acercan una ruptura económica entre ambas potencias.

La tensión comercial entre Estados Unidos y China ha escalado drásticamente, haciendo que una separación económica total entre ambas potencias —una idea que hasta hace poco parecía improbable— ahora se contemple como una posibilidad tangible. La reciente aplicación mutua de aranceles extremadamente altos y la imposición de restricciones a empresas marcan un punto de inflexión en una confrontación que va más allá del terreno económico.
El miércoles, China respondió con un arancel adicional del 50% a productos estadounidenses, igualando los nuevos gravámenes implementados por EE. UU. apenas unas horas antes. Además, Pekín impuso controles de exportación a empresas estadounidenses y añadió otras seis firmas a su lista de “entidades no fiables”, impidiéndoles operar en territorio chino. Esta medida significa que prácticamente la totalidad de los productos estadounidenses enviados a China estarán sujetos a un impuesto total del 85%, mientras que EE. UU. ya grava las importaciones chinas con un mínimo del 104%.
Ambos gobiernos parecen atrapados en una lucha de voluntades, donde ni Donald Trump ni Xi Jinping están dispuestos a ceder terreno por temor a parecer débiles. Este pulso ha comenzado a impactar otras áreas sensibles de su relación, como el desarrollo tecnológico y la situación de Taiwán. Las tácticas agresivas de Trump, que suelen generar temor en sus oponentes, se enfrentan aquí a un Xi endurecido por años de maniobras políticas dentro del Partido Comunista Chino, con una visión mucho más ideológica del conflicto.
La economía china, ya afectada por la crisis inmobiliaria, ahora se enfrenta a una posible recesión global y a un freno brusco en su comercio exterior, uno de sus pilares históricos. En un gesto revelador, los censores chinos comenzaron a bloquear en redes sociales las búsquedas que incluían el número 104, reflejo de la sensibilidad del tema. Desde Shanghái, el académico Wu Xinbo comparó la situación con un “terremoto” en las relaciones económicas bilaterales, señalando que aún no está claro si este temblor será pasajero o el inicio de una transformación permanente.
Aunque la desconexión económica total aún no se ha concretado, la dirección es alarmante. Empresas como Starbucks y TikTok mantienen operaciones cruzadas, y los bancos chinos siguen vinculados al sistema financiero global dominado por el dólar. Sin embargo, según el analista Scott Kennedy, ambas potencias aún están en una etapa de “política de riesgo calculado”, cada una tratando de forzar a la otra a ceder. Un paso más peligroso sería que EE. UU. tomara medidas directas contra los bancos chinos o limitara su acceso al sistema SWIFT.
China ha intentado presentarse como la víctima del proteccionismo estadounidense, aunque su historial en materia de inversión extranjera y subsidios contradice esa narrativa. Mientras Xi guarda silencio sobre los nuevos aranceles, los medios estatales divulgaron que ha pedido fortalecer la cooperación industrial con países vecinos, una estrategia que refleja un intento por diversificar los riesgos económicos.
La fractura de esta relación económica afectaría profundamente al mundo entero, ya que durante décadas los negocios han sido el eje del vínculo bilateral. Sin esa base, la cooperación en temas globales como el cambio climático o la salud pública corre el riesgo de deteriorarse.
Pekín insiste en que ha reducido su dependencia del mercado estadounidense y que ahora apuesta por el autoabastecimiento tecnológico. Sin embargo, los desafíos internos, como el colapso del sector inmobiliario, y el cierre de fábricas chinas en terceros países, como Vietnam, debido a los nuevos aranceles, revelan una vulnerabilidad estructural.
El daño también alcanzará a EE. UU., cuyo mercado depende de productos manufacturados chinos. Pero el golpe será más severo para China, según el economista Wang Yuesheng, ya que muchas industrias chinas enfocadas en exportación no tendrán nuevos destinos para sus productos. Esto podría provocar un impacto devastador en regiones costeras chinas centradas en la manufactura.
Con la inversión extranjera disminuyendo tras la pandemia y la imposición de leyes de seguridad nacional, Xi intenta recuperar la confianza de los empresarios internacionales, aunque el entorno actual no es favorable. En medio de todo esto, la estrategia china parece centrarse en resistir y devolver golpe por golpe, con la esperanza de que Trump ceda bajo la presión interna.
El gobierno chino también ha permitido que figuras influyentes expresen públicamente sus posturas, como el bloguero nacionalista Ren Yi, quien propuso contramedidas como limitar el acceso a firmas de servicios estadounidenses o suspender la cooperación antidrogas. Para él, la guerra comercial no es solo una disputa económica, sino una «guerra sin humo» que debe entenderse como un conflicto prolongado de intereses estratégicos y políticos.