China redobla su ofensiva diplomática para evitar el aislamiento comercial impulsado por Trump, pero enfrenta desconfianza global por su propio historial coercitivo.

Ante la renovada presión de Donald Trump para aislar a China en la escena comercial internacional, el gobierno de Xi Jinping ha lanzado una ofensiva diplomática a gran escala que combina incentivos y castigos para persuadir a otros países de no alinearse con Washington. Esta estrategia busca, principalmente, contener los efectos de los aranceles impuestos por EE. UU. y evitar que otros gobiernos sigan el ejemplo estadounidense.
Xi y su equipo han intensificado los contactos con líderes extranjeros, incluyendo una videollamada entre el ministro de Comercio chino y su homólogo de la Unión Europea, además de contactos diplomáticos con Japón y Corea del Sur. En paralelo, Xi emprendió una gira por el sudeste asiático que incluyó Vietnam y Malasia, en un intento por mostrarse como líder global y defensor del comercio libre, mientras retrataba a EE. UU. como un socio poco confiable y proteccionista.
Para Pekín, lo que está en juego es el acceso preferencial a los mercados internacionales, el mismo que permitió a China convertirse en una potencia manufacturera global. Pero también es una batalla por el relato geopolítico: China pretende demostrar que no quedará aislada, y que, pese a la presión estadounidense, puede formar una red de aliados que rechacen la desvinculación económica y las políticas arancelarias de Trump.
Sin embargo, el esfuerzo chino por erigirse como garante del orden comercial mundial choca con su propio historial. Durante años, Pekín ha utilizado medidas económicas coercitivas y ha subvencionado ampliamente a sus industrias, alienando a varios socios. Esto ha generado un escepticismo que impide que las naciones abracen plenamente la narrativa china, incluso cuando se sienten incómodas con el enfoque confrontativo de Trump.
Las respuestas han sido frías. La Unión Europea, Japón y Corea del Sur han negado estar trabajando conjuntamente con China contra EE. UU., y han reiterado sus preocupaciones por prácticas chinas como el dumping. Australia también ha rechazado públicamente el llamado a formar un frente común, evidenciando que muchos países prefieren no verse atrapados entre las dos potencias.
Durante su visita a Vietnam, Xi fue recibido con honores poco comunes, pero no logró que Hanói respaldara su mensaje abiertamente. Vietnam se limitó a firmar una vaga declaración sobre el rechazo al hegemonismo, y mostró más interés en negociar directamente con EE. UU. para evitar sanciones arancelarias, incluso prometiendo medidas contra el fraude comercial derivado de productos chinos reenviados desde su territorio.
El juego diplomático es delicado. Si bien los países quieren evitar represalias comerciales de EE. UU., también temen provocar a China, que ha demostrado estar dispuesta a tomar represalias. Pekín recientemente impuso aranceles del 100% a productos canadienses, como advertencia a otras naciones sobre los costos de colaborar con Washington.
En este contexto, la estrategia china parece no estar orientada a lograr una alianza formal, sino a disuadir cualquier posicionamiento firme a favor de EE. UU. En palabras del analista Jonathan Czin, el objetivo de Xi no es que el mundo elija a China, sino evitar que se incline completamente hacia Washington. Esa postura, sin embargo, ha limitado el atractivo de la campaña diplomática china, que más que seducir, advierte y presiona.