El papa León XIV, quien fue obispo de Chiclayo, es celebrado como uno de los suyos por los peruanos, destacando su cercanía y servicio al pueblo en tiempos difíciles.

La ciudad de Chiclayo, en el norte de Perú, ha hecho suyo al papa León XIV, quien durante ocho años sirvió como obispo en esa diócesis y hoy es recordado con enorme cariño. Aunque nació en Chicago, los chiclayanos lo han adoptado con entusiasmo y devoción, al punto de recibir a los visitantes con un efusivo “Bienvenidos a Chiclayo, la tierra del papa”, como anunció una azafata en un vuelo desde Lima, desatando aplausos entre los pasajeros.
Las imágenes que circulan del pontífice lo muestran no como una figura distante, sino como un hombre cercano: enfundado en botas de goma ayudando en inundaciones junto a la Cruz Roja, montando a caballo con gafas de aviador o cantando villancicos con una sonrisa auténtica entre la gente. Su historia con Perú comenzó en 1984, en plena época de violencia interna, cuando pocos extranjeros se animaban a permanecer en el país. Desde entonces, salvo un periodo breve en Illinois, se mantuvo vinculado al Perú, volviendo en 2014 y asumiendo el obispado de Chiclayo en 2015.
Para ejercer formalmente, adquirió la nacionalidad peruana, requisito establecido por tratados diplomáticos. Durante su tiempo en Chiclayo —una ciudad de tradición gastronómica y fervor religioso— se ganó el respeto por su entrega pastoral, especialmente en comunidades rurales y costeras, muchas veces afectadas por el abandono y los desastres naturales.
Al pronunciar su primer mensaje como papa desde el balcón de la Basílica de San Pedro, León XIV tuvo un gesto inesperado pero profundamente simbólico: recordó a su “querida diócesis de Chiclayo”. En respuesta, la ciudad estalló de emoción. Cientos se congregaron en la plaza principal, cantando aleluyas frente a la catedral. Afiches con su imagen y gritos de “¡Viva el papa!” colmaron las calles, mientras un rapero callejero lo homenajeaba improvisando versos sobre el “papa chiclayano”.
Entre los testimonios, Mariana Quiróz, de 39 años, recordó cómo trabajaron juntos en 2017 ayudando a damnificados por lluvias e inundaciones. “No era un hombre de escritorio, sino que se hacía presente donde más se necesitaba”, relató con orgullo, mostrando una foto enmarcada del entonces obispo bendiciendo a su prima.
El reverendo Elmer Uchofen también compartió sus memorias: largos viajes a la sierra, charlas profundas durante el trayecto y la disposición constante del futuro papa para escuchar y servir. “Siempre tuvo un perfil bajo, pero hablaba con firmeza cuando algo no iba bien. Era cordial, paciente, muy humano”.
Uchofen también lo definió como un continuador del estilo del papa Francisco, resaltando su enfoque en los pobres y en mantener la Iglesia cerca del pueblo. “No es un cambio radical, sino un reforzamiento de lo esencial”.
En la catedral, Juana Loren, voluntaria y miembro del grupo Adoradoras del Santísimo Sacramento, conservaba con emoción fotos, cartas y recuerdos del entonces obispo que, según ella y sus compañeras, ya mostraba señales de grandeza espiritual. “Siempre decíamos en broma: o va a ser santo o va a ser papa. Y miren lo que pasó”.