Los imanes de tierras raras escasean en EE. UU. tras restricciones impuestas por China, afectando industrias automotriz, tecnológica y militar.

Estados Unidos está comenzando a sentir con fuerza las consecuencias de haber permitido que su industria de metales de tierras raras emigrara a China hace dos décadas. En un giro que podría causar estragos económicos, el gobierno chino interrumpió el pasado 4 de abril todas las exportaciones de imanes de tierras raras, dejando a empresas estadounidenses y europeas al borde de una crisis de suministro.
Durante los años noventa y dos mil, mientras aumentaba la demanda mundial de imanes para aplicaciones como automóviles, semiconductores, aviones y robots industriales, las fábricas estadounidenses que producían estos componentes se trasladaron a territorio chino. Hoy, esa dependencia ha quedado expuesta, y las consecuencias se sienten con mayor intensidad en el sector automotriz, donde los fabricantes advierten que podrían detener la producción en sus plantas del medio oeste y el sur del país debido a la escasez de imanes esenciales para el funcionamiento de componentes como frenos, dirección o sistemas de inyección de combustible.
Aunque se esperaba que la tregua comercial alcanzada entre EE. UU. y China en mayo aliviara las restricciones, la situación no ha mejorado. De hecho, el presidente Donald Trump sugirió recientemente que Pekín sigue obstaculizando el acceso a estos suministros clave. El gobierno chino ha impuesto nuevas reglas que exigen licencias específicas para exportar imanes, pero la concesión de estas ha sido lenta y limitada. Algunas empresas europeas y estadounidenses han recibido autorizaciones, pero los volúmenes siguen siendo insuficientes para evitar una paralización masiva en las cadenas productivas.
El impacto no solo se limita a los fabricantes de automóviles: los robots industriales también dependen en gran medida de estos imanes, por lo que la interrupción amenaza con extenderse a otras ramas de la manufactura avanzada. En opinión de expertos como Michael Dunne, el dominio chino sobre esta industria representa un “talón de Aquiles” global que podría paralizar incluso la producción automotriz en EE. UU.
China produce alrededor del 90 % de los 182.000 toneladas anuales de imanes de tierras raras de alto rendimiento del planeta. La mayor parte del resto proviene de fábricas japonesas, ubicadas en Japón o Vietnam. EE. UU., en cambio, produce cantidades insignificantes, aunque se espera que este año comiencen a operar nuevas plantas en Carolina del Sur y Texas. El problema, no obstante, va más allá de abrir fábricas: el proceso completo, desde la extracción hasta la fabricación de imanes, es costoso, complejo y poco rentable en comparación con otras industrias mineras más lucrativas.
Además, China goza de una ventaja competitiva abrumadora: bajos costos ambientales, apoyo estatal sin restricciones y un ecosistema académico y tecnológico consolidado. Mientras en China existen 39 universidades con programas especializados en química de tierras raras, EE. UU. no cuenta con ninguna.
La única mina estadounidense de tierras raras, ubicada en Mountain Pass, California, cerró en 1998 tras una filtración de residuos. Aunque se reabrió años después, ha enfrentado múltiples dificultades, entre ellas su dependencia de China para el procesamiento de minerales. MP Materials, actual propietaria de la mina, ha logrado recientemente separar químicamente las tierras raras, aunque aún lo hace a pérdida.
En el frente de innovación, empresas emergentes como Phoenix Tailings en Massachusetts intentan reducir la dependencia de China fabricando metales a partir de residuos mineros reciclados. Actualmente, su producción es mínima, con apenas 36,2 toneladas anuales, frente a las miles que produce China cada mes. A pesar de sus esfuerzos por escalar en una nueva planta en Nuevo Hampshire, la brecha sigue siendo abismal.
La carrera por reconstruir una cadena de suministro nacional avanza, pero lentamente, y en un contexto de tensiones comerciales en aumento, cada tonelada de imán representa una pieza clave en el tablero económico y geopolítico global. Como advirtió Thomas Villalón Jr., director técnico de Phoenix, en este momento no se trata solo de producción, sino de una auténtica carrera estratégica.