La ciencia que predice cómo y cuándo enfermarás

La ciencia del envejecimiento permite identificar riesgos de enfermedades graves y anticipar su aparición gracias a relojes biológicos e inteligencia artificial.

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Durante siglos, los seres humanos han soñado con revertir el envejecimiento. Hoy, la ciencia se encuentra más cerca que nunca de ese objetivo… aunque aún está bastante lejos. Investigaciones que buscan rejuvenecer las células han demostrado resultados alentadores en animales, pero sus efectos secundarios —como la posibilidad de generar cáncer— siguen siendo motivo de preocupación. Mientras tanto, los fármacos senolíticos que eliminan células envejecidas, y las transfusiones de sangre joven que prometen vitalidad, aún están lejos de convertirse en tratamientos seguros y eficaces para los humanos.

En lugar de enfocarse únicamente en extender la vida hasta los 110 años, muchos científicos proponen una meta más realista y valiosa: aumentar los años vividos con buena salud, libres de enfermedades graves. Esta esperanza de vida saludable se ve amenazada principalmente por tres padecimientos: el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y los trastornos neurodegenerativos como el Alzheimer. Lo alentador es que una gran parte de estos casos se puede prevenir con intervenciones a tiempo.

A pesar de que cada una de estas enfermedades puede tardar décadas en desarrollarse, los avances científicos recientes están permitiendo identificar con más precisión no solo quién tiene un mayor riesgo de padecerlas, sino también cuándo podrían manifestarse y qué tan rápidamente podrían avanzar. Hoy en día, es posible analizar la edad biológica de una persona —más allá de su edad cronológica— mediante “relojes moleculares” que estiman el envejecimiento de órganos como el cerebro, el corazón o los riñones, usando una simple muestra de sangre o saliva.

Estos relojes biológicos se complementan con pruebas genéticas, análisis proteómicos y, más recientemente, el poder predictivo de la inteligencia artificial. Todo esto permite ofrecer diagnósticos personalizados cada vez más certeros. Por ejemplo, una persona preocupada por el Alzheimer podría acceder a análisis de sangre que revelan proteínas vinculadas con la acumulación de placas cerebrales, evaluaciones del envejecimiento cerebral mediante relojes proteómicos, o incluso predicciones basadas en imágenes de la retina analizadas con IA.

Este nivel de detalle permitirá, en un futuro cercano, estrategias de vigilancia activa combinadas con cambios específicos en el estilo de vida para quienes se consideren de alto riesgo. Estos cambios pueden incluir mayor actividad física, mejor alimentación, control del sueño, reducción del aislamiento social y vacunación preventiva, como la del herpes zóster, que ha mostrado efectos positivos en la prevención de la demencia. Incluso se están evaluando fármacos como los agonistas del receptor GLP-1 —usados para la diabetes y pérdida de peso— por su potencial para reducir la inflamación y prevenir el Alzheimer.

El enfoque que se vislumbra representa un cambio radical respecto al modelo actual, en el que las pruebas de detección suelen basarse exclusivamente en la edad. Gracias a la IA y al análisis de datos biomédicos avanzados —como el microbioma intestinal o el sistema inmunológico—, la medicina del futuro podría anticiparse mucho mejor al desarrollo de enfermedades.

Pero para lograr que estos avances lleguen a toda la población y no solo a quienes pueden pagar tratamientos costosos, se requerirá más inversión pública en investigación médica. Lamentablemente, los recortes en ciencia impulsados por el gobierno de Donald Trump amenazan con ralentizar este progreso.

Más allá de tratamientos exóticos y poco probados, el verdadero camino hacia una vida larga y saludable está en aplicar ciencia, prevención y equidad. Prolongar los años libres de enfermedad debe convertirse en una prioridad nacional.

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