La colisión entre la Vía Láctea y Andrómeda, antes considerada inevitable, ahora parece solo probable, con nuevos estudios que reducen las posibilidades a un 50 % en los próximos 10 mil millones de años.

Durante más de un siglo, se ha asumido que la Vía Láctea y la galaxia de Andrómeda están en una trayectoria de colisión inevitable, prevista para dentro de 4.500 millones de años. No obstante, un reciente estudio publicado en Nature Astronomy pone en duda esta predicción. Tras realizar más de 100.000 simulaciones con datos del Hubble y del telescopio Gaia, un equipo de astrónomos concluyó que la probabilidad real de una colisión en ese marco temporal es apenas del 2 %, y de aproximadamente un 50 % en los próximos 10 mil millones de años.
La clave del cambio en las proyecciones radica en la consideración de nuevas variables, especialmente el impacto de galaxias más pequeñas del Grupo Local, como la Gran Nube de Magallanes (LMC) y M33, satélites de la Vía Láctea y Andrómeda, respectivamente. Según el estudio, la fuerza gravitacional de estas galaxias desvía ligeramente el curso de la Vía Láctea, alejándola del plano orbital que la llevaría a un choque directo con Andrómeda.
El análisis también reveló que la LMC, con solo el 15 % de la masa de nuestra galaxia, ejerce una influencia considerable sobre su movimiento, reduciendo aún más las posibilidades de colisión. Este hallazgo fue respaldado por simulaciones que incluyeron 22 variables, entre posiciones, velocidades y masas, lo que permitió a los científicos abordar la enorme incertidumbre inherente a predicciones a tan largo plazo.
El astrofísico Carlos Frenk, coautor del estudio, subrayó que estos resultados cambian nuestra visión del futuro galáctico. Aunque antes se pensaba que una fusión con Andrómeda era el destino seguro de la Vía Láctea, ahora se reconoce que ese resultado está lejos de estar garantizado. Aun así, en la mitad de las simulaciones se observó un acercamiento inicial entre ambas galaxias, seguido de una pérdida de energía orbital que terminaría en una eventual fusión, con intensas formaciones estelares y actividad alrededor del agujero negro central.
En un giro adicional, el estudio encontró que es casi seguro que la Vía Láctea se fusione con la LMC en aproximadamente 2.000 millones de años. Aunque este evento no destruiría nuestra galaxia, transformaría profundamente su estructura interna, afectando su halo galáctico y su agujero negro supermasivo.
Los expertos coinciden en que aún hay muchos factores desconocidos y que nuevas mediciones del telescopio Gaia en 2026 podrían reducir las incertidumbres actuales. Mientras tanto, queda claro que la visión clásica del choque entre galaxias debe ser matizada. Como explicó el astrónomo Till Sawala, autor principal del estudio, el destino de la Vía Láctea “sigue completamente abierto”.
Por otro lado, los científicos resaltaron que el futuro del Sol tiene mayores implicaciones para la Tierra. Dentro de 5.000 millones de años, cuando se convierta en una gigante roja, podría engullir a nuestro planeta. A diferencia de la posible colisión galáctica, este escenario sí representa un destino ineludible para el sistema solar interior.
Este nuevo panorama cósmico refuerza la idea de que, aunque el universo puede parecer predecible a gran escala, sigue estando lleno de variables que podrían alterar incluso los destinos más ampliamente aceptados. Y mientras el fin del Sol parece escrito en piedra, el de nuestra galaxia aún podría reescribirse con cada nuevo dato que aporten los telescopios del futuro.