Cómo dejar de juzgar a los demás y cultivar la empatía

Juzgar a los demás es una reacción común, pero puede deteriorar nuestra empatía y bienestar; cambiar juicio por curiosidad es un buen comienzo.

Juzgar

Todos hemos sido culpables de emitir juicios apresurados sobre otras personas. A veces lo hacemos sin pensar, basándonos en una impresión fugaz o un comportamiento que no comprendemos del todo. Un ejemplo ilustrativo es el de una madre que, mientras pagaba en el supermercado, perdió de vista a su hija de 3 años durante unos angustiosos 20 minutos. Aunque prometió no volver a juzgar a otros después de vivir ese episodio, pronto descubrió lo difícil que era sostener ese compromiso.

Y es que el juicio es automático. Investigaciones muestran que en una fracción de segundo nuestro cerebro evalúa si una persona es confiable o atractiva, incluso antes de que seamos plenamente conscientes de haberla visto. Pero si bien este tipo de evaluaciones puede ser una función evolutiva, el hábito de juzgar duramente a los demás puede tener efectos negativos: reduce la empatía, limita la apertura a nuevas perspectivas y puede reflejar insatisfacciones personales.

Los expertos coinciden en que el primer paso para dejar de juzgar es reconocer cuándo lo estamos haciendo. Es importante preguntarse si nuestras críticas vienen de observaciones objetivas o si están teñidas por emociones internas. La neuropsicóloga Sanam Hafeez sugiere frenar el impulso de juzgar preguntándonos qué nos molesta realmente y si esa incomodidad habla más de nosotros que de los demás.

A veces, el juicio revela nuestras inseguridades. Puede que critiquemos a alguien por tener un estilo de vida distinto o por tomar decisiones que nosotros evitaríamos. La psicoterapeuta Erica Schwartzberg reconoce que juzgaba a quienes bebían alcohol hasta darse cuenta de que su reacción provenía de sentirse excluida, no de una crítica real a los demás. La envidia, también, puede disfrazarse de juicio: restar valor a alguien puede ser una forma de hacernos sentir superiores.

Frente a esto, cambiar el juicio por curiosidad puede abrir nuevas posibilidades. En lugar de asumir que una persona actúa por desinterés o incompetencia, podemos preguntarnos qué historia hay detrás de su comportamiento. Quizá esté pasando por una situación personal complicada que desconocemos. Adoptar una postura empática permite reconocer que todos somos complejos y que nuestras acciones no siempre reflejan nuestras intenciones completas.

Incluso en momentos cotidianos, como una actuación escolar, podemos caer en el juicio. Criticar a los padres por usar el celular durante la función de sus hijos puede parecer inofensivo, pero también refleja nuestras propias expectativas. En esos momentos, detenerse y preguntarse si vale la pena emitir un juicio puede marcar la diferencia entre reaccionar impulsivamente o responder con comprensión.

En última instancia, dejar de juzgar no significa renunciar a la opinión o al análisis crítico, sino entender desde dónde vienen nuestras percepciones y decidir si realmente aportan algo útil. La práctica de la curiosidad y la empatía nos permite conectar con los demás y con nosotros mismos de forma más sana y consciente.

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