La dependencia energética de México en el gas natural estadounidense podría provocar crisis económicas y apagones si Trump corta el suministro, alertan expertos del sector.

En medio del temor a un posible retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, resurgen las preocupaciones en México no solo por una eventual guerra comercial, sino por un factor menos visible pero igual de crítico: la dependencia casi total del país en el gas natural proveniente del norte. Según expertos en energía, una interrupción repentina del suministro, incluso si es temporal, tendría efectos más devastadores que cualquier aumento arancelario, al poner en riesgo la producción de electricidad, la operación de industrias y la estabilidad social en general.
Actualmente, el gas natural representa más del 60% de la generación eléctrica en México, y alrededor del 70% de ese combustible se importa directamente desde Estados Unidos a través de una extensa red de gasoductos. Ante ese escenario, el riesgo de un corte intencional —o incluso accidental— en el suministro se percibe como una amenaza directa a la seguridad energética y económica del país. Esta vulnerabilidad estratégica ha sido descrita por funcionarios como Juan Roberto Lozano, del Centro Nacional de Control de Energía, como “el elefante en la habitación” en la política energética mexicana.
El temor se incrementa ante los antecedentes de Trump, quien ya ha expresado una postura hostil hacia México en temas como el agua del río Colorado o el comercio agrícola. Si Trump optara por utilizar el gas natural como una herramienta de presión política, los efectos serían inmediatos: apagones en zonas urbanas, fábricas paralizadas y millones de hogares sin energía, tal como ocurrió brevemente en 2021 durante la tormenta invernal Uri, cuando Texas suspendió sus envíos de gas y dejó sin electricidad a más de cinco millones de personas en México.
A pesar de que la administración de Claudia Sheinbaum ha manifestado su intención de reducir la dependencia del gas estadounidense, con planes de aumentar la producción interna de 3,834 a 5,000 millones de pies cúbicos diarios para 2030, los expertos advierten que el país carece de la infraestructura, inversión y tiempo necesarios para lograr una autosuficiencia real a corto o mediano plazo. Además, la construcción de nuevas centrales eléctricas a gas y gasoductos, como el que conectará Texas con la península de Yucatán en 2025, sugiere que esta dependencia seguirá creciendo en los próximos años.
Mientras Europa logró diversificar su suministro tras la crisis energética con Rusia, México enfrenta mayores desafíos. La falta de terminales de gas natural licuado, oleoductos alternativos y reservas estratégicas deja pocas opciones ante una posible crisis. Expertos como Ira Joseph, del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia, subrayan que México no tiene rutas de suministro distintas a las de Estados Unidos, lo que convierte su vulnerabilidad energética en un asunto de seguridad nacional.
Empresas mexicanas como Cydsa han propuesto ampliar el almacenamiento subterráneo de gas como medida de contingencia, pero la iniciativa no ha sido adoptada con la urgencia que la situación exige. Mientras tanto, las tensiones entre ambos países crecen, no solo por cuestiones comerciales, sino también por los recientes planteamientos de Trump sobre incursiones militares unilaterales contra cárteles en territorio mexicano.
En este contexto, voces como la del periodista Alfredo Campos Villeda se suman a la preocupación generalizada: “¿Cuánto puede resistir México si Estados Unidos le cierra la llave de gas, gasolina y electricidad? ¿Veinticuatro horas?”. La respuesta sigue sin estar clara, pero lo cierto es que la vulnerabilidad energética del país ha dejado de ser un tema técnico para convertirse en un riesgo geopolítico inminente.