La disciplina en el gobierno de Trump se desmorona entre errores y tensiones

Pese a un inicio prometedor, el segundo mandato de Trump enfrenta tropiezos que ponen en duda la estabilidad y disciplina de su administración.

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A finales de marzo, el presidente Donald Trump alabó la gestión de su gobierno, asegurando que la Casa Blanca había tenido “dos meses perfectos”. Con la disminución de cruces fronterizos, el aumento del reclutamiento militar y un mercado bursátil en alza, el mandatario proyectaba una imagen de control y eficacia, muy diferente a la caótica atmósfera que marcó su primer mandato. Sin embargo, los eventos recientes sugieren que esa fachada empieza a resquebrajarse.

Errores administrativos, filtraciones de información clasificada y cambios abruptos de personal han comenzado a acumularse. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, compartió información sensible en chats privados; el Servicio de Impuestos Internos ha tenido tres líderes en una semana; un ciudadano salvadoreño fue deportado por equivocación, y funcionarios del gobierno se adelantaron con una carta amenazante dirigida a Harvard, lo que provocó tensiones innecesarias.

Aunque el actual gobierno no ha alcanzado los niveles de caos del primero, sí ha mostrado señales de desorden e improvisación, especialmente después de un arranque veloz y agresivo en términos de política pública. Este impulso inicial fue apoyado por grupos conservadores como el Proyecto 2025, que ayudaron a estructurar una agenda lista para ser ejecutada. Sin embargo, la ausencia de figuras moderadoras como John Kelly o Jim Mattis, presentes en el primer mandato, ha dejado el campo libre a aliados sin experiencia previa en la gestión pública, lo que ha resultado en fallos operativos y decisiones cuestionables.

El propio Trump ha colocado a personas leales y alineadas ideológicamente con su visión al frente de agencias clave, priorizando afinidad política sobre competencia técnica. Este filtro ha reducido los conflictos internos, pero también ha mermado la capacidad de gestión y supervisión institucional. Como señala Hans Noel, profesor de Georgetown, esta estrategia ha favorecido la ideología por encima de la capacidad administrativa.

La Casa Blanca niega que exista un nivel alto de disfunción. Su portavoz, Harrison Fields, asegura que los errores reportados no han afectado el desempeño del gobierno y que los resultados obtenidos son prueba de ello. Sin embargo, la lista de incidentes sigue creciendo. La carta anticipada a Harvard fue enviada sin autorización; la pugna entre Elon Musk y el secretario del Tesoro provocó la salida del comisionado del IRS; y decisiones como el despido masivo de funcionarios de seguridad nacional, motivadas por recomendaciones de figuras extremistas como Laura Loomer, generan preocupaciones adicionales.

Incluso en medio de las controversias, Trump mantiene su respaldo a los funcionarios señalados. Defendió a Hegseth pese a la revelación de que compartió planes militares con familiares y amigos a través de Signal, calificando las noticias como exageraciones y asegurando que el secretario está “haciendo un gran trabajo”.

Matthew Foster, profesor de American University, puntualizó que la disciplina mostrada durante la campaña de 2024 no se ha traducido en una administración efectiva. Para él, el gobierno está comprometido con cumplir promesas, pero la ejecución está plagada de errores de principiante por parte de funcionarios inexpertos.

La administración Trump parece enfrentarse a una realidad cada vez más evidente: el arte de gobernar requiere más que lealtad ideológica. La efectividad, la coordinación institucional y la experiencia continúan siendo pilares esenciales para sostener una gestión estable. Por ahora, la promesa de un segundo mandato más disciplinado se encuentra en entredicho.

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