El uso de metformina como tratamiento antienvejecimiento crece pese a la escasa evidencia científica en personas sanas.

La metformina, un medicamento tradicionalmente recetado para controlar la diabetes tipo 2, ha despertado un creciente interés como posible herramienta para prolongar la vida y prevenir enfermedades asociadas con el envejecimiento. Sin embargo, la evidencia sobre su eficacia como fármaco antienvejecimiento en personas sanas sigue siendo limitada y, en muchos casos, contradictoria.
Personas como Marc Provissiero, productor de cine de California, han recurrido a clínicas de longevidad y adoptado regímenes médicos que incluyen la metformina con la esperanza de mantenerse activos durante más años. A pesar de llevar un estilo de vida saludable, Provissiero presentaba niveles cercanos a la prediabetes, lo que llevó a su médico a recetarle metformina. Desde entonces, afirma sentirse más enérgico, menos hinchado y con un mejor control del peso.
La metformina ha sido aprobada por la FDA para el tratamiento de la diabetes tipo 2 y se usa también para otras condiciones como el síndrome de ovario poliquístico. Sin embargo, algunos médicos e investigadores creen que también podría prevenir enfermedades crónicas en personas sanas, actuando sobre procesos biológicos relacionados con el envejecimiento, como la inflamación, la reparación celular o la regulación hormonal.
Pese a su potencial, la investigación sobre metformina y longevidad en humanos es escasa. Los estudios en animales han arrojado resultados variados: en algunos casos se ha observado un aumento en la esperanza de vida de ratones, mientras que otros han mostrado efectos nulos o incluso negativos en dosis elevadas. En humanos, los resultados son mixtos. Un estudio de 2014 sugería que los diabéticos que tomaban metformina vivían más tiempo que los no diabéticos que no la tomaban, pero investigaciones posteriores no lograron replicar estos hallazgos con consistencia.
Aun así, la comunidad científica continúa investigando. Un ambicioso estudio clínico, conocido como TAME (Ensayo sobre el Envejecimiento con Metformina), busca determinar si este fármaco puede efectivamente reducir la incidencia de enfermedades crónicas como el cáncer, enfermedades cardiovasculares y la demencia. Sin embargo, el proyecto ha enfrentado obstáculos financieros y logísticos, por lo que sus resultados podrían tardar años.
En ausencia de datos concluyentes, quienes toman metformina como estrategia antienvejecimiento están dando lo que algunos expertos llaman un “salto de fe”. Aunque sus efectos secundarios suelen ser leves —como diarrea o disminución del desarrollo muscular—, los especialistas advierten que su uso sin supervisión médica puede tener riesgos, especialmente en personas con problemas renales.
Para algunos usuarios como Peter Bernard, ejecutivo retirado, los beneficios de la metformina son difíciles de cuantificar. Aunque no ha observado mejoras notables, mantiene buenos indicadores de salud y considera que tomar una pastilla diaria podría tener efectos preventivos a largo plazo. Otros, como Provissiero, creen que el verdadero valor de la metformina radica en su capacidad para fomentar cambios de comportamiento positivos, al funcionar como un recordatorio constante de la importancia de mantener hábitos saludables.
En definitiva, mientras no existan ensayos clínicos sólidos que respalden su eficacia en personas sin enfermedades metabólicas, la metformina no puede considerarse, aún, como una fuente segura de juventud prolongada. Como señalan los investigadores, el entusiasmo debe ir acompañado de evidencia, y a quienes aseguran que este medicamento retrasa el envejecimiento, la comunidad científica les responde: “demuéstrenlo”.