En 1950, Enrique Millán, administrador de correos de Janos, fue acusado injustamente de querer atentar contra el alcalde de Nuevo Casas Grandes. Con el respaldo de testigos, logró demostrar su inocencia ante el juez, quien desestimó la denuncia. El caso refleja la importancia de la justicia y el derecho a la defensa.

En el mes de abril de 1950, Enrique Millán, administrador de correos del municipio de Janos, recibió una noticia que cambiaría su vida de manera abrupta. Un telegrama, que pronto terminó hecho pedazos sobre su escritorio, le informaba que en Nuevo Casas Grandes lo habían acusado ante un juez de conspirar para atentar contra la vida del presidente municipal. La indignación y el miedo lo invadieron de inmediato. Pensó en su familia, en su trabajo, en el riesgo de perder su libertad por una acusación que él sabía completamente falsa.
Sin perder tiempo, Enrique tomó las llaves de su auto y emprendió el camino hacia Nuevo Casas Grandes con la intención de aclarar lo sucedido. Junto a él viajaban tres hombres de su confianza: el señor José, Nazario Prieto y el profesor José Saucedo, todos ellos habitantes de Janos. Su objetivo era dar testimonio sobre la integridad y el carácter de Millán, desmintiendo cualquier insinuación sobre su participación en un complot contra el alcalde.
Al llegar al ministerio público, los agentes iniciaron una exhaustiva interrogación a los testigos. Les preguntaron cuánto tiempo llevaban conociendo a Enrique Millán, si era una persona honorable y si alguna vez habían visto en él una conducta sospechosa. También les cuestionaron si tenía alguna adicción o si solía involucrarse en actividades fuera de su trabajo. Sin titubear, los tres hombres defendieron a Enrique con firmeza. Lo conocían desde hacía dos años, aseguraron que siempre se había dedicado exclusivamente a su labor en la oficina de correos y que jamás lo habían visto en situaciones indebidas. Además, destacaron su carácter servicial y su disposición para ayudar a quienes acudían a la oficina de correos.
Durante todo el proceso, Millán recordó las sabias palabras de su abuelo: “Nadie puede ser juzgado sin ser oído”. Esa enseñanza lo llevó a mantenerse firme y a exigir que se respetara su derecho a defenderse. Su determinación, respaldada por el testimonio de sus acompañantes, fue suficiente para que el juez desestimara la acusación en su contra. La supuesta conspiración quedó descartada y toda diligencia relacionada con un atentado al presidente municipal de Nuevo Casas Grandes se cerró definitivamente.
Este episodio no solo marcó un momento de angustia en la vida de Enrique Millán, sino que también evidenció la fragilidad del honor y la reputación cuando se enfrentan a señalamientos infundados. Afortunadamente, en este caso, la verdad prevaleció y Millán pudo limpiar su nombre.
La historia de Enrique es un recordatorio de la importancia del derecho a la defensa y de cómo la injusticia puede acechar a cualquiera. Pero también resalta el valor de la lealtad y el apoyo de quienes conocen la verdadera naturaleza de una persona, elementos esenciales para enfrentar los desafíos de la vida.