Madre reconoce la mochila de su hijo desaparecido entre los objetos hallados en un rancho de Jalisco, donde se descubrieron restos humanos, evidencias de violencia extrema y presuntas actividades del crimen organizado.

Irma González nunca imaginó que una simple imagen en televisión la llevaría a revivir el dolor de la desaparición de su hijo. Entre los objetos personales hallados en un rancho en Jalisco, su mirada se detuvo en una mochila gris. Era la misma que su hijo, Jossel Sánchez, usaba en la preparatoria y la que llevó a su primer trabajo, poco antes de desaparecer hace tres años. Con el corazón encogido, González se preguntó si los restos de su hijo estarían en aquel lugar o si solo había pasado por ahí antes de ser llevado a otro destino incierto.
El rancho Izaguirre, ubicado en los alrededores de La Estanzuela, se ha convertido en el nuevo epicentro del horror en México. Hace dos semanas, el grupo de búsqueda Guerreros Buscadores de Jalisco hizo un macabro hallazgo: hornos crematorios, restos humanos calcinados y cientos de objetos personales dispersos en el terreno. Los indicios apuntan a un campo de exterminio utilizado para desaparecer a víctimas del crimen organizado.
Las cifras de desapariciones en México son alarmantes. Más de 120,000 personas han sido reportadas como desaparecidas desde 1962, y solo entre 2018 y enero de 2023 se han descubierto más de 2,700 fosas clandestinas en el país. Jalisco lidera la lista de entidades con mayor número de desaparecidos. Sin embargo, las respuestas siguen siendo escasas.
El caso del rancho Izaguirre ha despertado indignación por la forma en que las autoridades han manejado la investigación. La Fiscalía General de la República asumió el control tras detectar irregularidades en el trabajo de las autoridades locales. Según el fiscal Alejandro Gertz, el sitio no fue asegurado tras su descubrimiento inicial por la Guardia Nacional hace seis meses, lo que permitió su abandono y la posible pérdida de pruebas clave.
El jueves, periodistas ingresaron al rancho, un terreno del tamaño de un campo de fútbol, delimitado por muros de cemento. La escena era desoladora: restos de basura, cristales rotos y latas de cerveza cubrían el suelo. Pequeñas banderas amarillas señalaban los puntos donde los expertos habían encontrado evidencia. En un almacén vacío, donde antes había montones de ropa y zapatos, solo quedaba una vela encendida.
González logró entrar al rancho, pero su esperanza de encontrar respuestas se desvaneció al ver que todas las evidencias habían sido trasladadas. Su viaje a Jalisco fue impulsado por la publicación de un catálogo con 1,500 objetos hallados en el rancho, entre los cuales reconoció la mochila de Jossel. Decidida a comprobar si realmente pertenecía a su hijo, reunió dinero para viajar desde Puebla y enfrentarse a una verdad que podría darle algo de paz.
Como González, cientos de familias han examinado las imágenes con la esperanza de hallar pistas sobre sus seres queridos. Sin embargo, el horror de las fosas clandestinas es una constante en Jalisco. Apenas dos días antes del hallazgo en el rancho Izaguirre, Guerreros Buscadores de Jalisco descubrió otra fosa en Guadalajara, donde encontraron 13 bolsas con restos humanos enterradas en el patio trasero de una casa.
Raúl Servín, líder del grupo de búsqueda, conoce este dolor de primera mano. Su hijo desapareció hace siete años, y desde entonces ha dedicado su vida a buscar cuerpos en fosas clandestinas. Con el paso del tiempo, se ha convertido en una especie de antropólogo empírico, aprendiendo a excavar, identificar olores y reconocer los indicios de una tumba clandestina. Su labor ha permitido recuperar cientos de cuerpos, brindando a muchas familias una oportunidad de duelo.
Las desapariciones en Jalisco han crecido al ritmo de la expansión del Cártel Jalisco Nueva Generación. La violencia y la impunidad han convertido al estado en un epicentro del terror. Ulises Ruiz, un fotógrafo que ha documentado la crisis, compara la situación con una pandemia: primero parecía un problema lejano, pero ahora todos conocen a alguien que ha desaparecido.
El rancho Izaguirre es solo una muestra más de la brutal realidad que enfrentan miles de familias mexicanas. La incertidumbre, el dolor y la búsqueda incesante de respuestas se han convertido en parte de su vida cotidiana.