Ante las duras políticas migratorias de Trump, miles de migrantes en Tapachula enfrentan desesperación y pobreza mientras intentan regresar a sus países de origen.

Miles de migrantes, en su mayoría venezolanos, se encuentran varados en el sur de México y han comenzado a protagonizar una nueva tendencia en el fenómeno migratorio: el retorno forzado a sus países de origen. En lugar de seguir avanzando hacia Estados Unidos, muchos ahora buscan desesperadamente regresar a Venezuela, Cuba o Haití, tras verse atrapados por las estrictas políticas migratorias impuestas por el gobierno de Donald Trump y reforzadas por las autoridades mexicanas.
En Tapachula, una ciudad sofocante y anteriormente punto de entrada para miles de migrantes que cruzaban desde Guatemala, el ambiente ha cambiado drásticamente. Calles, albergues y parques que antes estaban llenos, hoy lucen vacíos. Mientras unos pocos esperan ser llamados para abordar vuelos humanitarios hacia Venezuela, muchos otros emprenden el camino de regreso a pie o en autobuses, cruzando nuevamente el río Suchiate rumbo al sur.
Los migrantes atrapados en Tapachula enfrentan un limbo legal. Sin documentación válida ni recursos económicos, permanecen estancados, imposibilitados de salir del estado de Chiapas sin un permiso especial, cuyo trámite puede tardar meses. Las autoridades migratorias, presionadas por Estados Unidos, han intensificado los controles y bloqueos, deteniendo a quienes intentan moverse sin papeles adecuados. Aquellos que desean abandonar el país también encuentran obstáculos: no cuentan con pasaportes válidos o no han sido autorizados por sus gobiernos para volver.
Historias como la de Patricia Marval, una joven venezolana embarazada y madre de tres hijos, ilustran la profunda crisis humanitaria que viven estas familias. Con apenas lo necesario para comer y sin esperanza de regularizar su situación, muchos se plantean decisiones extremas ante la impotencia. “Estamos atrapados”, resume con dolor.
Otras mujeres como Keila Mendoza y Marielis Luque, también venezolanas, relatan haber sido víctimas de secuestros, abandonos y precariedad extrema desde su llegada. Mendoza, madre soltera con dos hijos, trabaja limpiando una tienda a cambio de alimentos. Luque, secuestrada en Tapachula, tuvo que pagar 100 dólares para ser liberada, un monto impensable para quienes no tienen ni para pañales.
Actualmente, entre 8000 y 10.000 migrantes se encuentran en situaciones similares en Chiapas. Según Eduardo Castillejos, funcionario del gobierno estatal, la mayoría son venezolanos, y enfrentan condiciones particularmente difíciles. Recalcó que México necesita adaptar sus políticas, ya que ha dejado de ser un país de paso para convertirse en uno de destino.
La desesperación ha llevado a muchos a tomar la difícil decisión de volver, a pesar del miedo y las carencias que los empujaron a huir inicialmente. “Quiero irme a mi casa, pero yo allá no tengo nada”, confiesa Mendoza. A pesar de ello, algunos como Deisy Morales, decidieron regresar: “Es mejor pasar hambre en tu país que en país ajeno”.
Cada vez son más los migrantes que, con las manos vacías y la esperanza agotada, optan por dar marcha atrás en su viaje. Lo que comenzó como un camino hacia una vida mejor, hoy termina en un lento y doloroso regreso a un hogar que muchos apenas recuerdan, pero que sienten como su única salida.