La carne roja parece más saludable en estudios financiados por la industria, revelando cómo los intereses económicos distorsionan la ciencia nutricional.

Una nueva revisión científica publicada en The American Journal of Clinical Nutrition ha arrojado luz sobre una inquietante tendencia en la investigación alimentaria: los estudios sobre carne roja no procesada que reciben financiamiento de la industria cárnica tienen significativamente más probabilidades de reportar resultados favorables o neutros en relación con la salud cardiovascular que aquellos sin vínculos comerciales. Este hallazgo pone en duda la objetividad de ciertos estudios y plantea una pregunta fundamental: ¿qué tan confiables son los resultados cuando quienes financian la investigación también se benefician de ella?
El análisis fue liderado por el investigador Miguel López Moreno, de la Universidad Francisco de Vitoria, en España. Junto a su equipo, revisó 44 ensayos clínicos publicados entre 1980 y 2023 que examinaban cómo el consumo de carne roja no procesada afectaba indicadores clave de salud cardiovascular como el colesterol, la presión arterial y los triglicéridos. Mientras que 29 de estos estudios recibieron financiamiento de entidades industriales como la National Cattlemen’s Beef Association y el National Pork Board, los otros 15 fueron respaldados por organismos académicos o sin fines de lucro sin nexos con la industria.
Los resultados fueron contundentes: los estudios financiados por la industria tenían casi cuatro veces más probabilidades de presentar efectos cardiovasculares positivos o neutros tras el consumo de carne roja. En contraste, todos los estudios independientes reportaron efectos negativos o neutros. Esto refleja una clara asociación entre la fuente de financiamiento y las conclusiones de la investigación.
Estos hallazgos no son nuevos para quienes estudian el campo de la nutrición. Investigaciones anteriores han mostrado cómo la industria azucarera minimizó el impacto del azúcar en enfermedades como la obesidad, y cómo ciertos estudios financiados por el sector del alcohol han promovido la idea de que su consumo moderado puede ser saludable. Ahora, la industria cárnica parece seguir un patrón similar.
Expertos en salud pública han mostrado preocupación por el creciente respaldo de figuras influyentes como Robert F. Kennedy Jr., Joe Rogan y Lex Fridman a dietas ricas en carne y por la tendencia a restar importancia a los riesgos de las grasas saturadas. Las pruebas científicas existentes, sin embargo, siguen apuntando a una clara relación entre estas grasas —presentes en abundancia en la carne roja— y las enfermedades del corazón.
Deirdre Tobias, profesora adjunta de medicina en Harvard, señaló que la discrepancia en los resultados puede socavar la credibilidad de la ciencia nutricional. Explicó que muchos estudios financiados por la industria comparaban la carne roja con otras proteínas animales como pollo o pescado, o incluso con carbohidratos refinados como arroz o pan blanco, omitiendo comparar con alimentos realmente saludables como granos integrales, tofu, legumbres o frutos secos. Por el contrario, los estudios independientes sí incluyeron estas comparaciones, lo que permitió una evaluación más precisa de los riesgos de la carne roja.
Walter C. Willett, profesor de epidemiología y nutrición en Harvard, advirtió que aunque no se puede afirmar que los estudios fueron diseñados de forma sesgada intencionalmente, la tendencia observada es preocupante. Mientras tanto, una portavoz de la Asociación Nacional de Ganaderos de Vacuno defendió la legitimidad de la investigación financiada por el gremio, asegurando que tanto las proteínas animales como las vegetales pueden formar parte de una dieta saludable.
No obstante, expertos como John Ioannidis, de la Universidad de Stanford, subrayan que cuando la investigación es financiada por la industria alimentaria —sea carne, soya o nueces— el objetivo casi siempre es comercial, no científico. Esta dependencia de fondos privados se vuelve aún más crítica en un contexto donde los presupuestos públicos, como el de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) en EE.UU., son insuficientes. De hecho, en 2023 menos del 5% del presupuesto de los NIH se destinó a investigación en nutrición.
Marion Nestle, profesora emérita de la Universidad de Nueva York, resumió el dilema con contundencia: la investigación financiada por la industria es útil para vender productos, pero no necesariamente para generar ciencia de calidad. Aunque el nuevo director de los NIH ha prometido priorizar la nutrición, los expertos siguen escépticos y reclaman una mayor inversión pública para evitar que los intereses comerciales dicten las conclusiones científicas.
El estudio sobre la carne roja, más allá de sus resultados específicos, se convierte así en un llamado urgente a reforzar la independencia de la ciencia nutricional. Sin una base sólida de investigación libre de influencias económicas, el público queda expuesto a mensajes confusos y a decisiones alimentarias que podrían poner en riesgo su salud.