Ucrania demuestra con drones su capacidad para vulnerar la maquinaria rusa, afectando su orgullo militar y cambiando la narrativa de una guerra estancada.

Tras soportar por meses los constantes bombardeos nocturnos de drones rusos, Ucrania lanzó el pasado fin de semana una contundente ofensiva aérea que impactó directamente el orgullo militar de Moscú, ofreciendo un inesperado impulso a la moral ucraniana y un giro estratégico en el curso de la guerra. Con ataques dirigidos a profundas bases aéreas rusas, algunos de ellos a miles de kilómetros de la frontera, Kyiv aseguró haber inutilizado 41 bombarderos de largo alcance, alcanzando hasta el 34 % de los portamisiles estratégicos de Rusia. Si estas cifras son correctas, el ataque representa un golpe significativo al poder aéreo ruso y a la economía de guerra que hasta ahora había favorecido al Kremlin.
Aunque aún no se tiene una cifra precisa de cuántos bombarderos operativos conservaba Rusia tras años de uso intensivo y desgaste, informes no confirmados señalan que apenas contaba con unos 20 aviones Tu-95 y alrededor de 60 Tu-22M3 en servicio. La destrucción o inutilización de una porción considerable de este arsenal podría alterar radicalmente el alcance de los ataques rusos y reducir el número de noches en que las sirenas antiaéreas interrumpen la vida en ciudades ucranianas. Kyiv afirma que logró este resultado utilizando apenas 117 drones de bajo costo, generando un daño estimado en 7.000 millones de dólares, lo que subraya el cambio en la dinámica de la guerra, donde la innovación y la estrategia parecen imponerse sobre la cantidad.
Ucrania ya ha demostrado en otras ocasiones su capacidad de desestabilizar a Rusia mediante golpes quirúrgicos. Lo hizo en 2022 cuando interrumpió líneas de suministro rusas en el norte, en 2023 con el ataque al puente de Kerch que conecta a Rusia con Crimea, y más recientemente con la incursión en Kursk, dentro del propio territorio ruso. En cada uno de estos momentos, la percepción de la guerra cambió a favor de Ucrania. Ahora, cuando el apoyo internacional ha flaqueado y mientras se desarrollan nuevas rondas de conversaciones de paz en Turquía, estos ataques renuevan la esperanza de que la resistencia ucraniana pueda seguir sosteniéndose y, eventualmente, prevalecer.
El uso masivo y cada vez más efectivo de drones, tanto aéreos como navales, se ha convertido en una pieza clave de la defensa ucraniana. Este fin de semana, además, Ucrania repelió con éxito sin precedentes un ataque ruso compuesto por 472 drones Shahed, de los cuales 382 fueron neutralizados con sistemas de defensa o mediante interferencia electrónica, evidenciando avances tecnológicos significativos por parte de Kyiv.
La incursión más impresionante fue en la base de Belaya, en la región de Irkutsk, en pleno corazón de Siberia, una zona que hasta ahora parecía fuera del alcance de los ataques ucranianos. Este hecho no solo expone la vulnerabilidad de los recursos militares rusos, sino también el mito de la invulnerabilidad de su territorio. Aunque Moscú intenta minimizar los daños utilizando su maquinaria propagandística, la magnitud del golpe es difícil de ocultar y pone en evidencia las limitaciones materiales de su ejército, así como la dificultad para reponer equipamiento estratégico.
Este doble impacto —físico y psicológico— mina la narrativa de invencibilidad rusa. No solo reduce su capacidad operativa, sino que plantea dudas dentro de su propio aparato militar y político. El simbolismo de ver dañadas sus infraestructuras más profundas representa un riesgo interno para un Kremlin que ha construido su legitimidad sobre la fuerza y la estabilidad. Por ahora, Ucrania solo puede continuar infligiendo estas “grietas”, pero su efecto acumulativo, al igual que muchos otros aspectos de esta guerra, permanece impredecible. Lo cierto es que, con cada nuevo ataque exitoso, el gigante ruso parece un poco menos invulnerable.