El joven israelí Omer Shem Tov, secuestrado por Hamás, sobrevivió 505 días de cautiverio aferrado a la fe en Dios y a los rituales judíos que redescubrió bajo tierra.

Omer Shem Tov tenía 20 años cuando su vida dio un vuelco el 7 de octubre de 2023. Ese día, mientras asistía al festival de música Nova cerca de la frontera con Gaza, fue capturado por milicianos de Hamás y llevado a la Franja, donde pasaría 505 días en cautiverio. Aquel joven israelí, criado en un hogar mayormente laico, vivía una etapa despreocupada tras concluir su servicio militar. Trabajaba en un restaurante para ahorrar dinero y cumplir el sueño de viajar a Sudamérica. Nunca imaginó que encontraría una transformación espiritual bajo tierra.
Durante sus primeros días como rehén, Omer comenzó a hablar con Dios. En los estrechos túneles subterráneos donde fue recluido, lejos del mundo exterior, se aferró a la oración como tabla de salvación. Todos los días recitaba el salmo 20, sin saber que su madre, Shelly Shem Tov, hacía exactamente lo mismo en su habitación vacía, como parte de su propio proceso espiritual. Ambos, sin comunicarse, estaban unidos por las mismas palabras: “Que el Señor te responda en un día de angustia”.
A pesar de no haber sido religioso practicante, Omer encontró en la fe una fuerza interior para resistir el aislamiento, el hambre y el miedo constante. Se comprometió a seguir las leyes dietéticas kosher lo mejor posible, bendecía su comida y prometió que si salía con vida, rezaría cada día con tefilín. Creía que algunas de sus súplicas eran escuchadas. En una ocasión, pidió desesperadamente ser trasladado de su celda diminuta y asfixiante; minutos después, fue llevado a una habitación más amplia y con electricidad.
Shem Tov sobrevivió casi toda su estancia en soledad, salvo por los combatientes que lo custodiaban. Se esforzó por mantener una relación cordial con ellos: cocinaba, limpiaba y colaboró incluso en la reconstrucción de un túnel derrumbado. Aunque la oscuridad lo rodeaba, encontró consuelo espiritual, reservando una bebida con sabor a uva para hacer kidush los viernes por la noche y colocando su mano en la cabeza al recitar oraciones, en sustitución de una kipá.
Su historia resuena con la de otros rehenes que también encontraron fuerza en la espiritualidad. Algunos, como Eli Sharabi —quien perdió a su esposa e hijas en el ataque de octubre—, se aferraron al rezo diario del Shemá Israel en túneles compartidos. Otros se inspiraron en una frase que el también rehén Hersh Goldberg-Polin pronunció antes de ser asesinado: “Quien tiene un porqué puede soportar cualquier cómo”.
La familia Shem Tov vivió su propia transformación. Shelly, su madre, adoptó prácticas religiosas, como guardar el Shabat. Curiosamente, entre los objetos que Omer recibió en cautiverio tras un ataque israelí, se encontraba una tarjeta con el salmo 20, la misma oración que lo unía a su madre.
Tras su liberación, Shem Tov regresó a casa cambiado. Su padre lo describe como más centrado y maduro. Hoy, con 22 años, ha retomado su vida, planea estudiar actuación y recientemente ofreció una serie de charlas en comunidades judías de Estados Unidos. Cada mañana, fiel a su promesa, se pone los tefilín y reza en su habitación, testimonio vivo de una fe forjada en la oscuridad más profunda.