El ataque de Trump a instalaciones nucleares iraníes podría alentar, no disuadir, la proliferación de armas atómicas entre países vulnerables.

El reciente bombardeo ordenado por el expresidente Donald Trump sobre instalaciones nucleares iraníes ha reavivado una de las preocupaciones más serias de la seguridad global: la proliferación de armas nucleares. Mientras la Casa Blanca asegura que la ofensiva fue un mensaje de fuerza para evitar que Irán se convierta en una potencia nuclear, muchos analistas temen que el resultado sea exactamente el opuesto: que más países concluyan que tener una bomba es la única manera de evitar ataques como este.
El precedente más cercano es Corea del Norte, que desde que desarrolló su arsenal atómico nunca ha sido atacado. Su blindaje nuclear ha sido tan efectivo que incluso Trump intentó negociar con su líder Kim Jong-un, sin éxito. En contraste, Irán, que no tiene una bomba, fue blanco de un ataque apenas semanas después de que la administración estadounidense le ofreciera diálogo.
Expertos como Robert Einhorn advierten que ahora hay mayores probabilidades de que sectores duros dentro de Irán impulsen con más fuerza la creación de un arma nuclear, considerando que el país sigue expuesto y vulnerado. Aunque fabricar una bomba sigue siendo un reto técnico y logístico para Teherán, la posibilidad de más ataques en caso de avanzar hacia ese objetivo se mantiene latente.
La lógica de la proliferación nuclear se refuerza en un escenario mundial donde potencias como EE.UU., Rusia y China despiertan cada vez menos confianza. Aliados tradicionales de Washington, como Japón y Corea del Sur, se preguntan si el paraguas nuclear estadounidense sigue siendo confiable, especialmente bajo la visión de Trump de “Estados Unidos primero”.
En Corea del Sur ha crecido el respaldo a un programa nuclear propio, a pesar de la promesa de su nuevo presidente de mejorar las relaciones con el Norte. Japón, donde la memoria de Hiroshima y Nagasaki marcó históricamente su rechazo al armamento nuclear, ahora debate si debería almacenar ojivas estadounidenses, como lo hacen miembros de la OTAN.
La guerra en Ucrania también ofrece una lección que resuena con fuerza: entregar armas nucleares puede dejar a un país a merced de potencias invasoras. Rusia utilizó amenazas nucleares para limitar la respuesta occidental, mientras que algunos expertos argumentan que si Ucrania hubiera mantenido su arsenal soviético, quizás habría evitado la invasión.
Arabia Saudita, por su parte, observa con preocupación la situación iraní y podría sentirse presionada a desarrollar su propio armamento si Teherán finalmente cruza el umbral nuclear. Aunque EE.UU. ha tratado de contener esta tendencia ofreciendo cooperación en energía nuclear civil, las tensiones en Medio Oriente han frenado los avances.
A pesar de estos indicios, aún no se ha desatado una carrera armamentista regional. En parte, eso se debe al éxito de décadas de políticas de no proliferación y a las historias fallidas de otros países como Libia, Siria o Irak, que abandonaron sus programas nucleares y enfrentaron posteriormente intervenciones militares o colapsos internos.
El caso de Libia es especialmente recordado: Gadafi renunció a sus armas de destrucción masiva en 2003 y fue derrocado y asesinado apenas ocho años después. Irán, que apostó por una estrategia de enriquecimiento sin llegar a fabricar armas, tampoco logró evitar el castigo militar.
Para expertos como Gary Samore, aún es temprano para saber cómo impactará este ataque en las decisiones de otros países. Todo dependerá de si el conflicto escala, si se retoma el diálogo o si Irán finalmente decide avanzar hacia la bomba.
Algunos analistas ven un mensaje positivo en la acción militar estadounidense: demuestra que Washington está dispuesto a actuar, lo que podría ofrecer algo de tranquilidad a sus aliados. Pero también es un recordatorio brutal para los países sin defensa nuclear: no tener una bomba puede ser una debilidad, no una ventaja.