Conflictos y volcanes redibujan el mapa aéreo global

Los conflictos geopolíticos y fenómenos naturales como volcanes están forzando a las aerolíneas a desviar vuelos, elevando costos y alterando rutas clave en todo el mundo.

Conflictos

Observar un mapa de vuelos en tiempo real revela un cielo lleno de aviones… pero también agujeros oscuros donde el tráfico aéreo desaparece. Estos vacíos no son casuales: son zonas de exclusión aérea causadas por guerras, tensiones diplomáticas o catástrofes naturales. La reciente escalada en Medio Oriente es solo el más reciente capítulo de un fenómeno global que afecta cada vez más a los viajeros.

Desde la invasión rusa de Ucrania en 2022, pasando por los ataques entre Irán e Israel o las tensiones entre India y Pakistán, los conflictos han transformado las rutas aéreas. Las aerolíneas, que ya han aprendido a operar en un entorno geopolíticamente inestable, han desarrollado sistemas internos para monitorear riesgos y redibujar sus trayectorias. Aun así, volar hoy significa sortear un tablero geopolítico en constante cambio.

El espacio aéreo sobre países como Israel, Irán, Irak y Ucrania permanece mayormente cerrado. Solo algunas aerolíneas, en su mayoría chinas, sobrevuelan ciertas partes de Rusia. Esto obliga a muchos vuelos, especialmente entre Asia y Europa, a desviarse considerablemente. Un ejemplo: los vuelos entre Londres y Hong Kong deben evitar Irán, alargando su duración hasta dos horas, lo que implica más consumo de combustible y un aumento en los costos operativos. Aeronaves como el Boeing 777 pueden gastar más de 7 mil dólares en combustible por hora.

Estos desvíos generan no solo más gastos en combustible, sino también en horas de tripulación, uso de otros corredores aéreos y pérdida de ingresos por retrasos o cancelaciones. Aun así, las aerolíneas no pueden simplemente trasladar estos gastos a los boletos, ya que muchos vuelos fueron reservados antes de que estallaran los conflictos. La volatilidad en la oferta y demanda hace que sea muy difícil planificar financieramente a largo plazo.

En vuelos de corta distancia, como los que conectan Asia Central con ciudades del Golfo Pérsico, el impacto proporcional es incluso mayor. Las rutas que antes sobrevolaban espacio iraní ahora se desvían por Arabia Saudita, Egipto y Turquía, concentrando el tráfico en corredores aéreos cada vez más saturados. Esto representa un reto extra para los controladores aéreos, que deben maniobrar más aviones en espacios reducidos, y puede encarecer aún más las franjas horarias de despegue y aterrizaje.

Además del riesgo directo de los conflictos, hoy se suman amenazas tecnológicas como la suplantación de GPS en zonas de guerra, que puede inducir errores de navegación peligrosos para los pilotos.

Sin embargo, no todo se reduce a la guerra. Según expertos, los desastres naturales, como las erupciones volcánicas, representan una amenaza incluso mayor. Un ejemplo claro fue la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull en 2010, que paralizó el tráfico aéreo europeo durante días y afectó a más de 10 millones de pasajeros, generando pérdidas por 1,700 millones de dólares. Algo similar está ocurriendo actualmente en Indonesia, donde la actividad volcánica en Bali amenaza con nuevos cierres aéreos.

El caso más trágico y recordado de los últimos años sigue siendo el derribo del vuelo 17 de Malaysia Airlines en 2014, cuando un misil impactó contra la aeronave en espacio aéreo ucraniano, causando la muerte de las 298 personas a bordo. Incidentes como ese refuerzan la necesidad de evaluar rigurosamente los riesgos en cada ruta.

Pese a todo, la aviación global no se detiene. Pero su geografía cambia constantemente, al ritmo de los conflictos y los desastres naturales. Para los viajeros, esto se traduce en vuelos más largos, retrasos imprevistos y un sistema aéreo global cada vez más interconectado con la realidad terrestre.

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